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Ilmo. Sr. Dr. Don Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos (1855-1863)
El Vigésimo Séptimo Obispo de Puebla y después: Vigésimo Tercer Sucesor del esclarecido Fray Juan de Zumárraga, O.F.M., en la Sede Metropolitana de México, fue originario de Zamora, en el entonces Obispado de Michoacán, donde nació el 21 de marzo de 1816, siendo hijo de una distinguida familia de esa actual ciudad Episcopal.
Fue Colegial del «Seminario Conciliar» de Morelia, del que más tarde fue Catedrático de idioma castellano, de Humanidades, de Filosofía, de Teología Dogmática, de Teología Moral y de ambos Derechos y finalmente, Rector.
Ordenado ya de Sacerdote en 1839, gracias a su elevada cultura literaria y a sus profundos conocimientos en las Ciencias Eclesiásticas, siendo Bachiller en Derecho Canónico, desempeño, con laudable eficiencia, en su Obispado, importantes Cargos como: Abogado en los Tribunales de la República, Defensor de Obras Pías, Promotor Fiscal, Juez de Testamentos y Capellanías, Vicario de Monasterios, Provisor y Vicario General del Obispado, durante el gobierno del Ilmo. Sr. Dr. D. Juan Cayetano Gómez de Portugal y Solís, y a su muerte, Gobernador de la Diócesis, “Sede Vacante” del 4 de abril de 1850 al 24 de diciembre de 1851, en que el Ilmo. Sr. Dr. D. Clemente de Jesús Munguía y Núñez, (XXVIII. Obispo y 1er. Arzobispo de Michoacán, desde 1924: Morelia), tomó posesión de la Diócesis y quien, deseando premiar los importantes servicios prestados por el Sr. Labastida y Dávalos, lo nombró Canónigo Efectivo de su S. Iglesia Catedral.
Siendo Canónigo de la S. Iglesia Catedral de Michoacán, (hoy Arquidiócesis de Morelia), S.S. Pio IX(1846-1878), con fecha: 3 de abril de 1855, lo preconizo como XXVII. Obispo de Puebla.
Tomó posesión canónica de la Diócesis Angelopolitana, (antes de su Consagración Episcopal), el 21 de junio de 1855, por poder, otorgado al M. Il. Sr. Dean de la S. Iglesia Catedral de Pueblas Don Ángel Alonso y Pantiga, en la forma acostumbrada.
El 8 de julio de 1855, fue solemnemente Consagrado en la S. Iglesia Catedral de Puebla, (el Tercer Prelado Angelopolitano Consagrado en ella), por el Ilmo. Sr. Obispo de Michoacán: Dr. Don Clemente de Jesús Munguía y Núñez, siendo Padrino de la Consagración el Venerable Cabildo Angelopolitano
En tiempos verdaderamente azarosos para la Iglesia y para la Patria, pletóricos de múltiples y penosas vicisitudes, tocó a este esclarecido Prelado gobernar a la extensa y laboriosa Diócesis Angelopolitana, por espacio de 8 años, que bien pueden ser considerados como los más difíciles para la Iglesia Católica en nuestra Patria, durante el pasado Siglo XIX; años de dolorosa prueba para la Jerarquía, para el Clero y para el pueblo Católico de México, que sufrió en esa aciaga y tormentosa época de la historia nacional, las furiosas embestidas del Jacobinismo Liberal Mexicano y de las Logias Masónicas que; en coalición, mediante las inicuas Leyes de Comonfort, de Juárez y las funestas “Leyes de Reforma” emanadas de la Constitución de 1857, pretendieron aniquilar completamente a la Iglesia Católica en México, apoderándose injustamente de sus bienes temporales, desconociendo su Jerarquía, desterrando a varios de sus Prelados y sacerdotes, limitando el Culto externo, coartando la Libertad Religiosa y reduciendo, en una palabra, a la Iglesia Católica a una humillante y dolorosa servidumbre, aherrojando su verdadera libertad, cuyas amargas y lamentables consecuencias, después de más de un siglo de vejaciones y vicisitudes, pese a la actual tolerancia religiosa, aún sufrimos los católico mexicanos y que constituye, en su realidad, un vergonzoso baldón para nuestras Instituciones, llamadas pomposamente Democráticas y defensoras de los Derechos Humanos y de las Libertades Humanas en toda su amplitud.
Sería prolijo enumerar todos los acontecimientos sucedidos durante el gobierno de este Prelado Angelopolitano, lo mismo que las vicisitudes, persecuciones, vejaciones, calumnias y hasta el destierro que sufrió por defender, con heroica entereza, los derechos inviolables de la Iglesia ante los ataques injustos y repetidos del Liberalismo y Jacobinismo imperantes.
El Presidente Interino de la Repúblicas Don Ignacio Comonfort, acusando gratuita y arbitrariamente al clero de Puebla de haber colaborado con la Insurrección de Antonio de Haro y Tamariz, al grito de Religión y Fueros, iniciada en diciembre de 1855, en Zacapoaxtla, Pue. y sofocada el 22 de marzo de 1856; decretó, el 31 del citado mes de marzo, que los Gobernadores de Puebla y Veracruz y el Jefe Político de Tlaxcala intervinieran los Bienes Eclesiásticos de la Diócesis de Puebla, a fin de indemnizar a la Nación de los gastos ocasionados durante la mencionada Insurrección.
Su Ilma., con gran serenidad, pero con noble entereza, el 5 de abril de ese mismo año de 1856, envió un escrito al Gobierno, aduciendo razones jurídicas y oportunas; manifestando no estar dispuesto a aceptar la proyectada intervención. Por desgracia, el gobierno de Comonfort no aceptó las comedidas y prudentes insinuaciones del Obispo de Puebla, sino que, con gran descontento de los Católicos y aún con violencias y atropellos, empezó a hacer cumplir la Ley.
La conducta de Comonfort en estas arbitrarias, injustas y penosas determinaciones fue gratuita y calumniosa para el clero y el Prelado Angelopolitano que, acusado injustamente de haber pronunciado, el 11 de mayo de 1856, un sermón sedicioso en su Catedral, sin darle a conocer el motivo, el día 12 de mayo, se le aprehendió y se le condujo inmediatamente a Veracruz, el general Mariano Morett lo escoltó y embarcó, como desterrado, el 20 de ese mismo mes, rumbo a Europa, haciendo escala en La Habana durante 15 días. Desde ahí emitió un comunicado al ministro de Justicia, en el cual expresó su queja por la forma tan repentina de actuar del gobierno mexicano y negó haber pronunciado las palabras que se le atribuyeron.
El 25 de junio de 1856, el funesto Miguel Lerdo de Tejada expidió la Ley sobre la enajenación y desamortización de los Bienes Eclesiásticos en la República, por lo que el Venerable Cabildo Angelopolitano envió una atenta representación al Supremo Gobierno, pidiendo su derogación, por ser contraria a los derechos jurídicos de la Iglesia; nuevamente en el mes de septiembre de ese mismo año, el Venerable Cabildo redactó una atenta y enérgica Protesta dirigida al Supremo Gobierno de la República, sobre la citada Ley de Enajenación de los Bienes Eclesiástico, al igual que lo hicieron, por esos meses, algunos Ilmos. Prelados y Vens. Cabildos de la República.
El 5 de febrero de 1857, el llamado: «Congreso Constituyente», al que, de los 155 Representantes elegidos el 18 de febrero del año anterior de 1856, solo asistieron 51 y que, según el connotado Liberal Don Francisco Bulnes, eran “unos energúmenos, ebrios de odio a la Iglesia y poseídos por el rabioso jacobinismo francés”, siendo Presidente Interino de la República Don Ignacio Comonfort, promulgó y aprobó la serie de funestes Leyes, la mayoría de ellas anticatólicas, llamadas: “LEYES REFORMA” de cuya aplicación, durante más de un siglo, estamos sufriendo los católicos mexicanos sus dolorosas consecuencias y que han aherrojado jurídicamente la verdadera y auténtica Libertad Religiosa en nuestra Patria.
De conformidad con el Acuerdo aprobado en la Sesión Capitular del 26 de enero de 1858, el Venerable Cabildo de Puebla, en ausencia del Prelado que se encontraba desterrado en Europa, envió, a fines de ese mes, una comedida y atenta Representación al Supremo Gobierno, pidiendo la derogación de la Ley sobre la desamortización de los Bienes Eclesiásticos y de las demás leyes que hasta entonces habían sido expedidas contra la Iglesia, con resultado, por entonces, negativo.
A principios del siguiente mes de febrero se supo que S.S. Pio IX deseando premiar los relevantes méritos y ejemplar entereza del Ilmo. Sr. Labastida y Dávalos en la defensa de los intereses y derechos inalienables de la Iglesia ante las arbitrariedades y sacrílegas adjudicaciones de la nueva Legislación y decretada Constitución Mexicana, le había otorgado el título de “Asistente al Sacro Solio Pontificio”, del que había tomado posesión, en la Basílica de San Pedro, el 25 de diciembre de 1856.
En la Sesión Capitular del 5 de marzo de ese mismo año de 1858, se notificó a los Sres. Capitulares la reciente expedición del Reglamento que había hecho el Supremo Gobierno de la República, que interinamente presidía Don Félix Zuloaga, sobre la devolución, (que fue únicamente transitoria), de las fincas intervenidas al Clero, por haberse declarado nula la Ley de desamortización, (que más tarde se declaró legal en forma definitiva e irrevocable).
En la Sesión Capitular del 14 de mayo de ese mismo año de 1858, el Venerable Cabildo tomó importantes providencias para la conservación de los muebles que el Ilmo. Sr. Palafox y Mendoza uso en el Santuario de «San Miguel del Milagro», Tlax., disponiendo al mismo tiempo, que en la pieza en que se hospedo no se alojase, en lo sucesivo, otra persona.
En la Sesión Capitular del 14 de enero de 1859, se aprobó la sugerencia del M. I. Sr. Dr. Lic. Don Francisco de P. Suárez Peredo y Bezares, (años después, Dgmo. Primer Obispo de Veracruz), de que, en el Facistol grande del Coro de la S. Iglesia Catedral, se colocase una Imagen de San Juan Nepomuceno. Patrono para el Rezo del Oficio Divino, prometiendo el mencionado Sr. Doctoral, donar la Imagen, lo que después se realizó.
A fines del año de 1860 se consumó la completa y definitiva enajenación de los Bienes Eclesiásticos realizada por el Gobierno Liberal imperante, adjudicación de varias casas destinadas a Obras Pías; el 19 de febrero de 1861, se presentó inesperadamente un Interventor del Gobierno para que se le entregarán las Oficinas de la Catedral; a mediados del mes de marzo de ese mismo año, el Gobierno exigió que los Encargados de la Haceduria rindieran cuentas del dinero que obraba en su poder y afines del siguiente mes de abril, el Gobierno del Estado procedió a la inmediata desocupación del Palacio Episcopal, en cumplimiento de una expresa. disposición del Supremo Gobierno; en el mes de mayo, mediante un atento Oficio del M. I. Sr. Tesorero del Venerable Cabildo Don José Francisco de Yrigoyen, se intentó obtener su devolución, sin éxito.
En 1862 visitó a Maximiliano de Habsburgo en Trieste. En la Sesión Capitular del 19 de noviembre de 1862, se notificó a los Sres. Capitulares haberse recibido una Comunicación del Sr. Vicario Capitular del Arzobispado de México, en el que transcribía la Comunicación del Ministerio de Justicia, participando la resolución del entonces Presidente de la República Lic. Don Benito Juárez, sobre la inmediata aplicación del Acuerdo del 30 de agosto de ese mismo año, decretando la Extinción de los Venerables Cabildos Catedralicios de la República Mexicana; por lo que se acordó, en obvio de ulteriores atropellos a los Sres. Capitulares, cumplir con dicha disposición gubernamental. Y en esta forma tan dolorosa. quedó extinguido temporalmente el Ven. Cabildo Angelopolitano, víctima de la fobia anticatólica imperante. Dos años más tarde, el dinámico e inmediato sucesor del Ilmo. Sr. Labastida y Dávalos, el Ilmo. Sr. Colina y Rubio, venciendo múltiples dificultades y demostrando su abnegado espíritu pastoral, en el transcurso del año de 1864, restauraría el Venerable Cabildo Angelopolitano.
Habiendo gobernado este egregio é integérrimo Prelado a la Diócesis Angelopolitana por especio de 8 años, con suma prudencia y abnegado celo Pastoral, en medio de dolorosas y múltiples vicisitudes en las que demostró su gran corazón y su entereza de carácter, S.S. Pio IX, con fecha de 9 de marzo de 1863 lo promovió a la Sede Arquiepiscopal Metropolitana de México, que se encontraba «Vacante» por muerte de Su Prelado, el Ilmo. Sr. Dr. Don Lázaro de la Garza y Ballesteros, fallecido en el destierro, en Barcelona, Esp., el 11 de marzo de 1862.
Habiendo recibido el «Palio Arzobispal» el 20 de marzo de 1863 y habiendo tomado posesión canónica de la Arquidiócesis Metropolitana, el 6 de julio de ese mismo año, por poder otorgado al Sr. Don Bernardo Gárate, a fines de ese mismo año de 1863, se trasladó, de manera definitiva, a la ciudad de México, pare gobernar el extenso y laborioso Arzobispado de México.
Siendo ya Arzobispo de México, y ocupado el País por los franceses, fue nombrado, según parece, el 21 de junio de 1863, con Juan Nepomuceno Almonte y José Mariano Salas, miembro del triunvirato de la llamada “Regencia” del efímero Imperio de Maximiliano de Habsburgo, (también llamado Segundo Imperio Mexicano),
Labastida viajó a París en julio para entrevistarse con el ministro de Negocios Extranjeros del Imperio francés, propuso a Napoleón III un plan sobre los bienes eclesiásticos. Se solicitó a los franceses no inmiscuirse en los arreglos de los bienes del clero, para llegar a un acuerdo con los tenedores de los bienes vendidos y confiscados, exceptuando los que habían sido adquiridos de forma ilegal.
El recién nombrado Arzobispo regresó a México y ocupó su lugar en la regencia, pero fue destituido el 17 de noviembre de ese año, fue expulsado por sus diferencias con los franceses respecto a los derechos de la Iglesia, por sus diferencias con Aquiles Bazaine, comandante de las tropas francesas, por la intención de éste de instaurar el programa Napoleónico sobre bienes eclesiásticos. Su relación con Maximiliano I decayó al proclamar éste la libertad de cultos, en febrero de 1865.
Ferviente y entusiasta Guadalupano, a su regreso de la Ciudad Eterna, colaboró, de manera entusiasta y brillante, en las Obras de restauración, de la entonces: “Nacional Colegiata de Guadalupe”, en el Tepeyac, México, D.F., iniciadas y realizadas gracias a los abnegados y dinámicos esfuerzos de otro insigne Guadalupano el Ilmo. Sr. Abad de la mencionada “Colegiata” D. Antonio Plancarte y Labastida; apoyo con singular fervor y entusiasmo, la plausible Idea de “Coronar” solemnemente la taumaturga Imagen de la Excelsa y Amorosa Madre de les Mexicanos: Santa Maria De Guadalupe; la suerte le impidió ver realizados sus santos deseos.
Al triunfo de Benito Juárez y con la República restaurada se instaló definitivamente en Roma, pero sin renunciar a su condición de líder de la Iglesia mexicana Asistió al célebre “Concilio Ecuménica Vaticano I”, iniciado el 8 de diciembre de 1869, donde fue miembro de la Comisión de Disciplina Eclesiástica y suspendido con la última Sesión Solemne del 18 de julio de 1870, a causa de la iniciación de la Guerra Franco-Prusiana y de la invasión violenta de los Estados Pontificios por las tropas del Carbonario Giuseppe Garibaldi, en el mes de septiembre de 1870.
Como resultado de la Revolución de Tuxtepec, el General Porfirio Díaz asumió la presidencia el 28 de noviembre del 1876, Su Ilmo. Sr. Labastida, pudo ejercer cierta influencia sobre el General, las relaciones Iglesia-Estado fueron más cordiales: Promovió la participación de los católicos en la vida pública sin crear problemas de conciencia por la disposición que se había lanzado contra aquellos que juraran la Constitución de 1857.
Modernizó la administración eclesiástica de forma gradual, sin afectar intereses o violencia entre sus capitulares. Impulsó algunas asociaciones piadosas para beneficio de la espiritualidad de los fieles. Estas acciones permitieron a Labastida contar con amigos en puestos públicos, y de esta forma contrarrestar la posición anticlerical del gobierno mexicano.
El 8 de julio de 1880, celebró el XXV. Aniversario de su “Consagración Episcopal” y el 6 de julio de 1888, celebró su XXV Aniversario como Arzobispo de México, siendo el segundo Arzobispo que más ha durado en la Sede Arquiepiscopal de México, desde su Erección, (el Arzobispo que, ha dilatado más como Prelado Metropolitano de México fue el Ilmo. Sr. Dr. Don Alongo Núñez de Haro y Peralta: del 13 de septiembre de 1772 al 26 de mayo de 1800).
Finalmente, faltando un mes y 15 días para cumplir 75 años, después de ejercer el Cargo Episcopal por espacio de 36 años, 7 meses y 14 días, y de gobernar a la Arquidiócesis Metropolitana de México durante 28 años y 7 meses, menos 2 días, practicando, según parece, la “Santa Visita Pastoral”, falleció este esclarecido Prelado, el 4 de febrero de 1891, en la, pequeña población de Oacalco, Morelos.
Sus restos mortales, después de permanecer por muchos años en la Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe, en el Tepeyac, Ciudad de México, (hasta el 11 de octubre de 1976), fueron trasladados a la “Cripta de Obispos” de la S. I. Basílica Catedral Metropolitana de México, donde actualmente reposan.