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Ilmo. Sr. Dr. Don Francisco Pablo Vázquez Sánchez y Vizcaino. (1831-1847)
El Vigésimo Quinto sucesor de Fray Julián Garcés en la Sede Episcopal de Puebla y Quinto Prebendado Angelopolitano que ha ceñido la Mitra de Puebla y una de las glorías más insignes del Episcopado Mexicano de su siglo, nació en la Población de Atlixco, Pue., (antigua Villa de Carrión), el de Marzo de 1769.
Aprendió las primeras letras en el hogar doméstico, al calor del abrigo materno; en 1778 ingresó, como interno pensionado, para cursar la carrera eclesiástica, en el glorioso “Seminario Palafoxiano” de la ciudad de Puebla, (es el Primer Alumno de este insigne Plantel que ha ocupado la Sede Episcopal de Puebla), donde inició su brillante Carrera en el campo de las Ciencias Sagradas y Profanas, siendo uno de sus más distinguidos Alumnos y en donde sustentó brillantísimos Actos Públicos.
Luego pasó a la «Pontificia Universidad de México», en donde obtuvo la Borla de Doctor en Sagrada Teología; estudió algunos años Jurisprudencia, estudios que más tarde la habían de ser útiles en su meritísima actuación Diplomática; regenteó la Cátedra de Filosofía; habiéndose ordenado de sacerdote en al año de 1795.
Habiendo retornado al Obispado de Puebla, obtuvo en propiedad los Curatos de San Jerónimo en Coatepec, Ver., (actualmente perteneciente al Arzobispado de Jalapa), y el de San Martín Texmelucan, Pue.
Siendo Cura Propio de San Martín Texmelucan, Pue., ingresó al Venerable Cabildo Angelopolitano, el 28 de marzo de 1806, ocupando la Canonjía Lectoral, que ganó por oposición. Durante el gobierno del Ilmo. Sr. González del Campillo, desempeñó, durante algunos años, el Cargo de Secretario de Cámara y Gobierno del Obispado.
El 12 de julio de 1814, fue electo Diputado Provincial.
El 1 de septiembre de 1818, tomó posesión de la Canonjía Dignidad de Maestrescuelas, que se encontraba «Vacante» por ascenso a la Chantría de su anterior poseedor: Lic. D. Juan Nepomuceno Santolaya y Peralta.
Ocupando esta Dignidad y consumada ya la Independencia Política de México, su Alteza de la Regencia del efímero Imperio Mexicano de D. Agustín de Iturbide, lo nombró, el 20 de febrero de 1822, «Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario» del Gobierno Mexicano ante la Santa Sede; nombramiento que le fue confirmado, (después de la caída del Imperio de Iturbide), por el H. Congreso el 10 de agosto de 1824; convirtiéndose así en el Primer Representante Oficial del Gobierno de México ante la Santa Sede Apostólica.
La «Credencial» respectiva, (el original de la misma se conserva actualmente en la “Biblioteca Lafragua” de la ciudad de Puebla, al pie de la cual, no obstante la acción destructora del tiempo que ha borrado muchas de sus letras y de sus frases, todavía pueden advertirse la fecha de su firma y la rúbrica del Presidente de la República), fue firmada por el Primer Presidente de México: Gral. Don Guadalupe Victoria, el 25 de abril de 1825; Cargo Diplomático que le fue ratificado en 1830, por el Segundo Presidente de México: Gral. Don Anastasio Bustamante.
Desempeñando tan delicado Cargo, gracias a su pericia, reconocida sagacidad diplomática y sus inteligentes gestiones, después de salir airoso de la tenaz oposición de los gratuitos enemigos de México Independiente que, con miras bastardas é inconfesables, influenciados indirectamente por España, resentida de la reciente pérdida de sus Posesiones territoriales de Ultramar, pretendieron evitar que la Legación Mexicana, encabezada por el ilustre Maestrescuelas Poblano, cumpliera con su cometido, poniendo cuantos obstáculos les dictaron sus malévolas intenciones y después de largas, atentas pero enérgicas discusiones con el Cardenal Secretario de Estado de la Santa Sede: Emmo. Sr. Albani, («Memorias para la Historia de México Independiente», por Bocanegra), y de largas y tenaces negociaciones llevadas a cabo durante los Pontificados de Pio VIII, (1829—1830), y de Gregorio XVI, (1831-1846), el preclaro Diplomático Mexicano obtuvo de S.S.: Pio VIII el reconocimiento de la Santa Sede Apostólica de la Independencia de la República Mexicana y de Gregorio XVI, los nombramientos directos de los 18 Obispos de República Mexicana, reservados, durante la Colonia, en virtud del «Patronato», a los Reyes de España, y como “Obispos Residenciales” y no como “Vicarios Apostólicos”, como pretendía en un principio la Santa Sede, siendo el mismo Sr. Vázquez, El “Primer Obispo Mexicano” nombrado directamente por la Santa Sede Apostólica, ya que en el Consistorio del 28 de febrero de 1831, S.S. Gregorio XVI lo preconizó como XXV Obispo de Puebla; (gracias a las laboriosas gestiones del Sr. Vázquez, el mencionado Sumo Pontífice nombró directamente a los Obispos de Guadalajara, de Michoacán, de Chiapas, de Durango y de Linares, hoy: Arquidiócesis de Monterrey).
Fue solemnemente Consagrado en la Iglesia de «San Bartolomé en Piazza” Colonna de la Ciudad de Roma, por el Emmo. Cardenal Don Carlos Odescalchi, Cardenal Presbítero: Titulo de los Doce Apóstoles y Obispo Titular de Ferrara, asistiendo como Consagrantes el Ilmo. Sr. Arzobispo de Filippos Don Constantino Patrizio y el Ilmo. Sr. Obispo de Cinna: Don Pedro Alcántara Jiménez, el 6 de marzo de 1831.
Después de su Consagración Episcopal, el Jefe de la Legación Mexicana ante la Santa Sede y Obispo Electo de Puebla, por Bula de S.S.: Gregorio XVI, fechada en Roma, el 5 de marzo de 1831 y cumplida honrosamente, con satisfactorios resultados, su Misión Diplomática, durante la que puso muy alto el nombre de México, de Puebla y del glorioso “Seminario Palafoxiano”, cuya elocuencia singular le mereció en Europa, el sobrenombre de: “BOSSUET MEXICANO” y de la que fueron mudos testigos, entre otros, las bóvedas centenarias de la Catedral de Notre Dame de París, emprendió su retorno a la Patria, trayendo consigo a otro insigne Poblano: Don José Manzo.
El 1 de julio de 1831, tomó posesión de la Diócesis por poder otorgado al M. I. Sr. Gobernador del Obispado, “Sede Vacante” y Canónigo más antiguo: D. Ángel Alonso y Pantiga.
Por espacio de 16 años y 4 meses, llenos de incontables vicisitudes, de accidentadas circunstancias y de dolorosos acontecimientos nacionales que cubrieron de luto, desolación o ignominia a la infortunada Patria Mexicana, este esclarecido Prelado a su Diócesis Angelopolitana, con todo empeño e inteligencia de que era capaz y con la prudencia que su celo Pastoral le dictaron, durante esa época tan aciaga de nuestra historia nacional.
Habiendo sobrevenido, andando el tiempo, las calamidades políticas que asolaron el territorio de la Patria, víctima de la felonía y de la inconfesable ambición de sus descastados hijos, el Obispo Angelopolitano, calumniado y perseguido injustamente, tuvo que abandonar, por algún tiempo, a su Rebaño; volviendo a su Grey cuando volvió la paz a la Patria.
Durante gran parte del mes de agosto de 1832, el meritísimo Prelado desarrolló su gran caridad y su abnegada solicitud en favor de los apestados, víctimas de la terrible epidemia “Cólera Morbus”, que en esos días causó tantos estragos en la ciudad y en la Provincia de Puebla y gran parte del centro de la República.
En el mes de julio de 1834, vio con pena cómo algunos de los Prebendados de su Venerable Cabildo fueron injustamente expulsados de la ciudad de Puebla, por ser españoles, en cumplimiento de una arbitraria Ley dada por el H. Congreso del Estado; volviendo a ella, gracias a sus arduas y múltiples gestiones, hasta el mes de abril de 1835.
El 9 de enero de 1837, S. Ilma. y su Venerable Cabildo prestaron el Juramento prescrito a las nuevas “Leyes Constitucionales” de la República, decretadas y aprobadas en el mes de octubre del año anterior de 1836.
En la Sesión Capitular del 14 de mayo de 1838, se leyó un Oficio del Prelado, sugiriendo el establecimiento de un “Banco Patriótico del Clero”; laudable iniciativa que, por circunstancias de diversa índole, quedó como un simple proyecto que nunca se realizó.
A fines de 1838, como buen mexicano, sintió en el alma la dolorosa afrenta de su Patria, con el humillante resultado de llamadas «Guerra de los Pasteles”, después del ataque al Puerto de Veracruz por la Escuadra Francesa, guerra injusta para México, iniciada en el mes de marzo de ese año
En la Sesión Capitular del 19 de julio de 1843, S. Ilma. y su Venerable Cabildo prestaron el Juramento de fidelidad a las llamadas: “Bases orgánicas de la Segunda República Central de los Estados Unidos Mexicanos”, promulgada y sancionada el 12 de junio de ese mismo año, de conformidad con el Decreto respectivo.
Desde principios del año de 1847 soplaron «vientos de fronda» sobre la Iglesia Católica en nuestra Patria, presagio siniestro de una tremenda y dolorosa borrasca que, años más tarde, como resultado de las maquinación es tenebrosas de las Logias Anfictiónicas de la Masonería, herencia funesta de la actuación del Primer Embajador de Norteamérica: Mr. Joel Poangett, tendría su epílogo en la promulgación de las llamadas: «Leyes de Reforma» de 1857, cuyas dolorosas consecuencias, después de más de un siglo de tragedia religiosa, aún sufre la Iglesia Católica en México…
El 11 de enero de 1847, el Supremo Gobierno de la República publicó un Decreto, por el que quedaba autorizado para hipotecar o vender, hasta 15 millones de pesos de bienes Eclesiásticos; después de las enérgicas y reiteradas Protestas de Su Ilustrísima y de los Venerables Cabildos de Puebla y México, con fechas 15 de agosto de ese mismo año de 1847, el entonces Excmo. Sr. Presidente de la República: Gral. Don Pedro Marla Anaya, mediante especial Decreto, derogaba el mencionado Decreto.
Hombre de vasta cultura y distinguido poliglota, (hablaba los idiomas: castellano, italiano, francés, latín, griego, arameo y mexicano), escribió mucho y bueno, como sus magníficas y bien documentadas “Cartas Pastorales”, sus inteligentes “Notas Diplomáticas” su magnífica traducción de la «Historia de México» del P. Francisco Javier Clavijero, S.J., sus “Méritos y Ejercicios Literarios”, Documentos Pastorales sobre Diezmos, sobre Hipotecas y ocupación de Bienes Eclesiásticos, etc.
A mediados del año de 1846 quedó declarada la trágica Guerra entre México y Norteamérica, iniciándose la humillante “Invasión Yanqui” que, después de 2 años de una lucha desigual, terminó con el funesto “Tratado de Guadalupe Hidalgo”, firmado el 2 de febrero de 1848, por el cual nuestra Patria, víctima de la traición, felonía y ambiciones bastardas e inconfesables de sus propios hijos, perdió Texas, Alta California y Nuevo México, es decir la mitad de su territorio.
Habiendo sido ocupada la ciudad de Puebla, en el mes de mayo de 1847, por el Invasor Norteamericano, flotando bajo el cielo Límpido de la Ciudad de los Ángeles el Pabellón de las barras y de las estrellas, cuya amarga realidad lleno de pena y de vergüenza a sus moradores y, en especial al Venerable Prelado que tanto trabajó, se preocupó y se interesó por el prestigio y la grandeza de México, que encontrándose bastante delicado de salud, a fines del mes de septiembre del citado año, determinó retirarse a la cercana Población de Cholula, para evitar que sus males y achaques, (contaba 78 años de edad ya cumplidos), se agravarán por las penosas circunstancias que entonces prevalecían en la ciudad, sitiada, como ya queda indicado, por el insolente y orgulloso Ejército invasor, donando, antes de su partida de la ciudad, a la S. Iglesia Catedral un “Lignum Crucis” que trajo de Roma y que anualmente se expone a la veneración de los Fieles en el “Viernes Santo”.
Y allí, en la mencionada Población de Cholula, amargada su alma ante tantos infortunios nacionales, pero resignado sinceramente ante los designios de Dios, confortado con los últimos Auxilios Espirituales, a las 11 horas y 45 minutos de la noche día 7 de noviembre de 1847, después de 16 años, 4 meses y 7 días de fecundo y glorioso episcopado, dejó de latir el gran corazón de este santo Prelado, esclarecido Patricio é insigne PaIafoxiano.
Contando con el permiso del Jefe del ejército sitiador, su cadáver fue trasladado a la ciudad de Puebla, donde después de piadosas “Honras Fúnebres”, celebradas en la S. Iglesia Catedral, el día 12 del mismo mes, fue sepultado, acatando su última voluntad, frente al Altar de Señor San José, en la misma S. Iglesia Catedral.
Una lápida de mármol blanco, en el piso, frente al mencionado Altar, con esta significativa y breve inscripción: “Fieles: Rogad Por Un Pecador» indican el lugar donde reposan los restos mortales de un virtuoso Prelado, de un insigne Poblano y de un gran Mexicano que, en memorable ocasión y siendo “Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario” del Gobierno Mexicano ante la Santa Sede, después de pronunciar un elocuentísimo Sermón, en el idioma clásico del Lacio, en la grandiosa Basílica de San Pedro, en Roma, mereció del entonces Augusto Vicario de Cristo Pio VIII, esta significativa alabanza «Verdaderamente Tu Nombre es Pablo…”